"El infinito cabe en una hoja de papel". (Lu Chi)

jueves, 21 de marzo de 2013

Un cuento clásico



Los muchachos.
Anton Chejov

  

-¡Volodia ha llegado! -gritó alguien en el patio. 

-¡El niño Volodia ha llegado! -repitió la criada Natalia irrumpiendo ruidosamente en el comedor- ¡Ya está ahí! 

Toda la familia de Korolev, que esperaba de un momento a otro la llegada de Volodia, corrió a las ventanas. En el patio, junto a la puerta, se veían unos amplios trineos, arrastrados por tres caballos blancos, a la sazón envueltos en vapor. 

Los trineos estaban vacíos; Volodia se hallaba ya en el vestíbulo, y hacía esfuerzos para despojarse de su bufanda de viaje. Sus manos rojas, con los dedos casi helados, no lo obedecían. Su abrigo de colegial, su gorra, sus chanclos y sus cabellos estaban blancos de nieve. 

Su madre y su tía lo estrecharon, hasta casi ahogarlo, entre sus brazos. 

-¡Por fin! ¡Queridito mío! ¿Qué tal? 

La criada Natalia había caído a sus pies y trataba de quitarle los chanclos. Sus hermanitas lanzaban gritos de alegría. Las puertas se abrían y se cerraban con estrépito en toda la casa. El padre de Volodia, en mangas de camisa y las tijeras en la mano, acudió al vestíbulo y quiso abrazar a su hijo; pero éste se hallaba tan rodeado de gente, que no era empresa fácil. 

 -¡Volodia, hijito! Te esperábamos ayer... ¿Qué tal?... ¡Pero, por Dios, déjenme abrazarlo! ¡Creo que también tengo derecho! 

Milord, un enorme perro negro, estaba también muy agitado. Sacudía la cola contra los muebles y las paredes y ladraba con su voz potente de bajo: ¡Guau! ¡Guau!

Durante algunos minutos aquello fue un griterío indescriptible.

Luego, cuando se hubieron fatigado de gritar y de abrazarse, los Korolev se dieron cuenta de que además de Volodia se encontraba allí otro hombrecito, envuelto en bufandas y tapabocas e igualmente blanco de nieve. Permanecía inmóvil en un rincón, oculto en la sombra de una gran pelliza colgada en la percha. 

-Volodia, ¿quién es ése? - preguntó muy quedo la madre.

-¡Ah, sí!- recordó Volodia. Tengo el honor de presentarles a mi camarada Chechevitzin, alumno de segundo año. Lo he invitado a pasar con nosotros las Navidades. 

-¡Muy bien, muy bien! ¡Sea usted bienvenido! -dijo con tono alegre el padre-. Perdóneme; estoy en mangas de camisa. Natalia, ayuda al señor Chechevitzin a desnudarse. ¡Largo, Milord! ¡Me aburres con tus ladridos! 

Un cuarto de hora más tarde Volodia y Chechevitzin, aturdidos por la acogida ruidosa y rojos aún de frío, estaban sentados en el comedor y tomaban té. El sol de invierno, atravesando los cristales medio helados, brillaba sobre el samovar y sobre la vajilla. Hacía calor en el comedor, y los dos muchachos parecían por completo felices. 

-¡Bueno, ya llegan las Navidades! -dijo el señor Korolev, encendiendo un grueso cigarrillo-. ¡Cómo pasa el tiempo! No hace mucho que tu madre lloraba al irte tú al colegio, y ahora hete ya de vuelta. Señor Chechevitzin, ¿un poco más de té? Tome usted pasteles. No esté usted cohibido, se lo ruego. Está usted en su casa. 

Las tres hermanas de Volodia -Katia, Sonia y Macha-, de las que la mayor no tenía más que once años, se hallaban asimismo sentadas a la mesa, y no quitaban ojo del amigo de su hermano. Chechevitzin era de la misma estatura y la misma edad que Volodia, pero más moreno y más delgado. Tenía la cara cubierta de pecas, el cabello crespo, los ojos pequeños, los labios gruesos. Era, en fin, muy feo, y sin el uniforme de colegial se le hubiera podido confundir por un pillete. 

Su actitud era triste; guardaba un constante silencio y no había sonreído ni una sola vez. Las niñas, mirándolo, comprendieron al punto que debía de ser un hombre en extremo inteligente y sabio. Hallábase siempre tan sumido en sus reflexiones, que si le preguntaban algo sufría un ligero sobresalto y rogaba que le repitiesen la pregunta.

Las niñas habían observado también que el mismo Volodia, siempre tan alegre y parlanchín, casi no hablaba y se mantenía muy grave. Hasta se diría que no experimentaba contento alguno al encontrarse entre los suyos. En la mesa, sólo una vez se dirigió a sus hermanas, y lo hizo con palabras por demás extrañas; señaló al samovar y dijo:

-En California se bebe ginebra en vez de té.

También él se hallaba absorto en no sabían qué pensamientos. A juzgar por las miradas que cambiaba de vez en cuando con su amigo, los de uno y otro eran los mismos.

Luego del té se dirigieron todos al cuarto de los niños. El padre y las muchachas se sentaron en torno de la mesa y reanudaron el trabajo que había interrumpido la llegada de los dos jóvenes. Hacían, con papel de diferentes colores, flores artificiales para el árbol de Navidad. Era un trabajo divertido y muy interesante. Cada nueva flor era acogida con gritos de entusiasmo, y aun a veces con gritos de horror, como si la flor cayese del cielo. El padre parecía también entusiasmado A menudo, cuando las tijeras no cortaban bastante bien, las tiraba al suelo con cólera. De vez en cuando entraba la madre, grave y atareada, y preguntaba 

-¿Quién ha agarrado mis tijeras? ¿Has sido tú, Iván Nicolayevich?

-¡Dios mío! -se indignaba Iván Nicolayevich con voz llorosa. ¡Hasta de tijeras me privan!
Su actitud era la de un hombre atrozmente ultrajado pero, un instante después, volvía de nuevo a entusiasmarse. 

El año anterior, cuando Volodia había venido del colegio a pasar en casa las vacaciones de invierno, había manifestado mucho interés por estos preparativos; había fabricado también flores; se había entusiasmado ante el árbol de Navidad; se había preocupado de su ornamentación. A la sazón no ocurría lo mismo. Los dos muchachos manifestaban una indiferencia absoluta hacía las flores artificiales. Ni siquiera mostraban el menor interés por los dos caballos que había en la cuadra. Se sentaron junto a la ventana, separados de los demás, y se pusieron a hablar por lo bajo. Luego abrieron un atlas geográfico, y empezaron a examinar una de las cartas.

-Por de pronto, a Perm -decía muy quedo Chechevitzin- de allí, a Tumen.... Después, a  Tomsk...

-Espera... Eso es de Tomsk a Kamchatka...

-En Kamchatka nos meteremos en una canoa y atravesaremos el estrecho de Bering, henos ya en América. Allí hay muchas fieras...

-¿Y California? -preguntó Volodia.

-California está más al sur. Una vez en América, está muy cerca... Para vivir es necesario cazar y robar.

Durante todo el día Chechevitzin se mantuvo a distancia de las muchachas y las miró con desconfianza. Por la tarde, después de merendar, se encontró durante algunos minutos completamente solo con ellas. La cortesía mas elemental exigía que les dijese algo. Se frotó con aire solemne las manos, tosió, miró severamente a Katia y preguntó: 

-¿Ha leído usted a Mine-Rid?

-No... Dígame: ¿sabe usted patinar?

Chechevitzin no contestó nada. Infló los carrillos y resopló como un hombre que tiene mucho calor. Luego, tras una corta pausa, dijo:

-Cuando una manada de antílopes corre por las pampas, la tierra tiembla bajo sus pies. Las bestezuelas lanzan gritos de espanto. 

Tras un nuevo silencio, añadió:

-Los indios atacan con frecuencia los trenes. Pero lo peor son los termítidos y los mosquitos.

-¿Y qué es eso?

-Una especie de hormigas, pero con alas. Muerden de firme... ¿Sabe usted quién soy yo?

-Volodia nos dijo que usted es el señor Chechevitzin.

-No; me llamo Montigomo, Garra de Buitre, jefe de los Invencibles. 

Las niñas, que no habían comprendido nada, lo miraron con respeto y un poco de miedo.

Chechevitzin pronunciaba palabras extrañas. Él y Volodia conspiraban siempre y hablaban en voz baja; no tomaban parte en los juegos y se mantenían muy graves; todo esto era misterioso, enigmático. Las dos niñas mayores, Katia y Sonia, comenzaron a espiar a ambos muchachos. Por la noche, cuando los muchachos se fueron a acostar, se acercaron de puntillas a la puerta de su cuarto y se pusieron a escuchar. ¡Santo Dios lo que supieron!

Supieron que ambos muchachos se aprestaban a huir a algún punto de América para amontonar oro. Todo estaba ya preparado para su viaje: tenían un revólver, dos cuchillos, galletas, una lente para encender fuego, una brújula y una suma de cuatro rublos. Supieron asimismo que los muchachos debían andar muchos millares de kilómetros, luchar contra los tigres y los salvajes, luego buscar oro y marfil, matar enemigos, hacerse piratas, beber ginebra, y, como remate, casarse con lindas muchachas y explotar ricas plantaciones. Mientras las dos niñas espiaban a la puerta los muchachos hablaban con gran animación y se interrumpían. Chechevitzin llamaba a Volodia "mi hermano rostro pálido" en tanto que Volodia llamaba a su amigo "Montigomo, Garra de Buitre".

-No hay que decirle nada a mamá -dijo Katia al oído de Sonia mientras se acostaban. Volodia nos traerá de América mucho oro y marfil; pero si se lo dices a mamá no le dejarán ir a América.

Todo el día de Nochebuena estuvo Chechevitzin examinando el mapa de Asia y tomando notas. Volodia, por su parte, andaba cabizbajo y, con sus gruesos mofletes, parecía un hombre picado por una abeja. Iba y venía sin cesar por las habitaciones, y no quería comer. En el cuarto de los niños, se detuvo una vez delante del icono, se persignó y dijo: 

-¡Perdóname! Dios mío, soy un gran pecador. ¡Ten piedad de mí, pobre y desgraciada mamá!
Por la tarde se echó a llorar. Al ir a acostarse abrazó largamente y con efusión a su madre, a su padre y a sus hermanas. Katia y Sonia comprendían el motivo do su emoción; pero la pequeñita, Macha, no comprendía nada, absolutamente nada, y lo miraba con sus grandes ojos asombrados.

A la mañana siguiente, temprano, Katia y Sonia se levantaron, y una vez abandonado el lecho se dirigieron quedamente a la habitación de los muchachos, para ver cómo huían a América. Se detuvieron junto a la puerta y oyeron lo siguiente:

-Vamos, ¿ quieres ir? -preguntó con cólera Chechevitzin- Di, ¿no quieres?

-¡Dios mío! -respondió llorando Volodia-. No puedo, no quiero separarme de mamá.

-¡Hermano rostro pálido, partamos! Te lo ruego. Me habías prometido partir conmigo, y ahora te da miedo. ¡Eso está muy mal, hermano rostro pálido!

-No me da miedo; pero... ¿qué va a ser de mi pobre mamá?

-Dímelo de una vez: ¿quieres seguirme o no?

-Yo me iría, pero... esperemos un poco; quiero quedarme aún algunos días con mamá.

-Bueno; en ese caso me voy solo -declaró resueltamente Chechevitzin-. Me pasaré sin ti. ¡Y pensar que has querido cazar tigres y luchar contra los salvajes! ¡Qué le vamos a hacer! Me voy solo. Dame el revólver, los cuchillos y todo lo demás.

Volodia se echó a llorar con tanta desesperación, que Katia y Sonia, compadecidas, empezaron a llorar también. Hubo algunos instantes de silencio.

-Vamos, ¿no me acompañas? -preguntó una vez más Chechevitzin.

-Sí, me voy... contigo.

-Bueno;  vístete.

Y para dar ánimos a Volodia, Chechevitzin empezó a contar maravillas de América, a rugir como un tigre, a imitar el ruido de un buque, y prometió en fin a Volodia darle todo el marfil y también todas las pieles de los leones y los tigres que matase.

Aquel muchachito delgado, de cabellos crespos y feo semblante, les parecía a Katia y a Sonia un hombre extraordinario, admirable. Héroe valerosísimo arrostraba todo el peligro y rugía como un león o como un tigre auténticos.

Cuando las dos niñas volvieron a su cuarto, Katia con los ojos arrasados en lágrimas dijo:

-¡Qué miedo tengo!

Hasta las dos, hora en que se sentaron a la mesa para almorzar, todo estuvo tranquilo. Pero entonces se advirtió la desaparición de los muchachos. Los buscaron en la cuadra, en el jardín; se los hizo buscar después en la aldea vecina; todo fue en vano. A las cinco se merendó, sin los muchachos. Cuando la familia se sentó a la mesa para comer, mamá manifestaba una gran inquietud y lloraba.

Buscaron a Volodia y a su amigo durante toda la noche. Se escudriñaron, con linternas, las orillas del río. En toda la casa, lo mismo que en la aldea, reinaba gran agitación. A la mañana siguiente llegó un oficial de policía. Mamá no cesaba de llorar. Pero hacia el mediodía unos trineos, arrastrados por tres caballos blancos, jadeantes, se detuvieron junto a la puerta.

-¡Es Volodia! -exclamó alguien en el patio.

-¡Volodia está ahí! -gritó la criada Natalia, irrumpiendo como una tromba en el comedor.

El enorme perro Mirara, igualmente agitado, hizo resonar sus ladridos en toda la casa: ¡Guau! ¡Guau!

Los dos muchachos habían sido detenidos en la ciudad próxima cuando preguntaban dónde podrían comprar pólvora.

Volodia se lanzó al cuello de su madre. Las niñas esperaban, aterrorizadas, lo que iba a suceder. El señor Korolev se encerró con ambos muchachos en el gabinete.

-¿Es posible? -decía con tono enojado-. Si se sabe esto en el colegio los pondrán de patitas en la calle. Y a usted, señor Chechevitzin, ¿no le da vergüenza? Está muy mal lo que ha hecho. Espero que será usted castigado por sus padres... ¿Dónde han pasado la noche?

-¡En la estación! -respondió altivamente Chechevitzin.

Volodia se acostó, y hubo que ponerle compresas en la cabeza. A la mañana siguiente llegó la madre de Chechevitzin, avisada por telégrafo. Aquella misma tarde partió con su hijo.

Chechevitzin, hasta su partida, se mantuvo en una actitud severa y orgullosa. Al despedirse de las niñas no les dijo palabra; pero tomó el cuaderno de Katia y dejó en él, a modo de recuerdo, su autógrafo:

“Montigomo, Garra de Buitre, jefe de los Invencibles”.

(Fuente: Ciudad Seva)

miércoles, 20 de marzo de 2013

Consejos de una lectora profesional para escritores



He puesto otros post (ver la página CONSEJOS) con consejos para escritores, pero si he de ser sincera -aunque todos aportan útiles recomendaciones-, este es uno de lo más completos, o de los más directos en sus recomenadiones, lo cual siempre es de agradecer. Teniendo en cuenta que quien los da es lectora profesional para editoriales, no dejar de leer su contenido porque os va a ayudar mucho. Si no es así, me vuestras críticas en los comentarios (también los espero aunque os parezcan interesantes y certeros).

Cuando tengo entre manos un manuscrito en español de un escritor con oficio, respiro relajada. Generalmente su libro tendrá cierto estilo y estará bien escrito (aunque algunos autores siguen sin dar valor a las tildes y las comas bien puestas), y la historia será una cosita con cierta enjundia bien desarrollada. Pero lo mejor es que el original estará, generalmente, estupendamente presentado. Sin embargo, cuando me enfrento a un original en español de un escritor descuidado, con muy poquito oficio o que envía su primera novela, suelo tener que tomarme la lectura con más calma. Si es un diamante en bruto y además envía el libro correctamente presentado, me emociono; si es un diamante en bruto pero envía el libro mal presentado, me desinflo un poco; si es un mal libro pero viene correctamente presentado, lo leo a gusto; si es un mal libro y además está mal presentado, me arranco un par de pelos.
Hay originales que no tienen remedio: porque al escritor le falta madurar la historia, porque es demasiado joven y tiene demasiada prisa por publicar, porque no se preocupa por mimar su historia y hacerla un poquito original, porque no hay equilibrio entre lo que cuenta y cómo lo cuenta, porque no da importancia a la ortografía y la puntuación, porque cree que lo único que necesita para que le publiquen es sumarse a la moda del momento (vampiros,  ángeles, distopías, romances pasados de rosca...), porque subestima la inteligencia del lector...

En cualquier caso, haya remedio o no, es fundamental presentar el original con absoluta corrección, porque eso hará la vida más sencilla al editor y al lector, cosa que agradecerán profundamente (yo lo hago). Por eso (y teniendo en cuenta que no soy una experta, que hablo sólo desde mi experiencia), aquí os dejo unos pocos consejos sobre cómo presentar el manuscrito a una editorial. También sirven para presentar el libro a un premio literario e incluso para autopublicarse.

Querido lector que escribes:
  • Las prisas son malas consejeras. Escribe con calma y paladea tu historia; siéntete conforme con cada palabra que escribas y cada movimiento que hagan tus personajes. Cuando hayas terminado de escribir tu libro, déjalo reposar un tiempo para que respire; después de ese tiempo, revísalo y cambia lo que consideres necesario.
  • Es muy importante que revises también las faltas ortográficas, gramaticales, tipográficas, de expresión y de puntuación. Queda muy mal cuando un libro está lleno de errores de este tipo y, de hecho, puede perjudicar muchísimo su valoración final. Además, ¿no crees que para convertirte en un buen escritor tienes que aprender a escribir con corrección?
  • Si envías tu manuscrito a una editorial española, procura que el vocabulario que emplees sea el del español de España.
  • Pide a personas de confianza que lean tu libro: para que te digan si les gusta, para que te indiquen qué no funciona, para que te marquen errores y aciertos... Su labor debe ser honesta, crítica. Si para no herirte te dicen que has escrito un libro maravilloso cuando no es cierto, en realidad no te están ayudando. Además, ten en cuenta que si llegas a publicar nadie te regalará los oídos porque sí. Hay que saber aceptar las críticas (constructivas, claro), porque siempre se puede aprender de ellas. Creo que el buen escritor está siempre en constante formación.
  • Es hora de revisar los aspectos más técnicos del manuscrito, que habrás escrito a ordenador (o como mucho a máquina, ¡pero no a mano!). No quieres que ni el editor ni el lector editorial se queden sin ojos, así que debes procurar facilitarles la lectura, hacer de ella una experiencia agradable. Es decir: escribe en Times New Roman o Arial, son unas fuentes muy cómodas de leer; que el tamaño de la letra sea, por ejemplo, de 12 y esté en un interlineado doble o de uno y medio; y que haya márgenes para que el texto respire.
  • Lo ideal es que cada nuevo capítulo arranque en una nueva página.
  • ¡Numera las páginas! Y en la primera recuerda poner todos los datos: título, autor, tus datos personales, mail de contacto, y género y público objetivo de la obra (para que quede claro si lo que has escrito es realismo o fantasía, y si es literatura infantil, juvenil o adulta; si quieres añadir si es una novela romántica o de misterio o de lo que sea, adelante). 
  • Sobre todo si el libro es muy gordo, es buena idea escribir una pequeña sinopsis; pero sin exaltar las bondades de tu historia, simplemente explica de qué va, preséntala. También puedes adjuntar tu currículum y/o una carta de presentación, aunque no siempre es necesario; si lo haces, olvídate de hacer la pelota a la editorial, sé claro y ve al grano.
  • Si ya tienes todo listo, imprime y encuaderna (o por lo menos grapa) las hojas. Que la sensación general sea la de un trabajo chulo y profesional. Lo recomendable es que imprimas por una sola cara.
  • ¡Es hora de enviar el libro a la editorial! ¿Pero a qué editorial? Sé coherente, utiliza la cabeza: no envíes un libro de texto a una editorial que sólo publica ficción, ni envíes una historia de sexo caliente a una editorial de literatura juvenil, ni envíes una historia de un niño mago que habla con las ranas a una editorial de literatura adulta. Debes enviar tu libro a la editorial que más te interese y más se ajuste a las necesidades de tu libro, incluso puedes probar con varias; pero asegúrate siempre de que es una editorial más o menos decente, porque hay mucho timo-editorial suelto
  • Si has enviado el libro a varias editoriales y una decide publicarte, puede ser un bonito detalle avisar a las demás para que no pierdan el tiempo en leerte. Y recuerda que si envías el libro por tu cuenta, sin que te lo hayan pedido expresamente, pueden tardar unos cuantos meses en contestarte, si es que lo hacen (la cantidad de originales que reciben las editoriales al mes es abrumadora, y al año ni te cuento).
A partir de este momento, ¡muchísima suerte! Publicar un libro puede ser una experiencia maravillosa, pero también lenta, cansada y decepcionante. Si la cosa no cuaja, ánimo y buen humor, y a seguir madurando y aprendiendo. Poquito a poco, porque ya se sabe que las cosas de palacio van despacio.


Y ahora, después de este rollo infernal, me encantaría que compartierais conmigo vuestras experiencias, vuestros propios consejos y vuestra visión del asunto.

Algunos consejos parecen de cajón, pero os prometo que hasta los más disparatados tienen su razón de ser. La vida del lector editorial a veces es toda una aventura...