"El infinito cabe en una hoja de papel". (Lu Chi)

jueves, 28 de febrero de 2013

Un cuento clásico



Una broma extraña
Por Agatha Christie. 

-Y ésta -dijo Juana Helier completando la presentación- es la señorita Marple.


Como era actriz, supo darle entonación a la frase, una mezcla de respeto y triunfo.


Resultaba extraño que el objeto tan orgullosamente proclamado fuese una solterona de aspecto amable y remilgado. En los ojos de los dos jóvenes que acababan de trabar conocimiento con ella gracias a Juana, se leía incredulidad y una ligera decepción. Era una pareja muy atractiva; ella, Charmian Straud, esbelta y morena... él era Eduardo Rossiter, un gigante rubio y afable.


Charmian dijo, algo cortada:


-¡Oh!, estamos encantados de conocerla.


Mas sus ojos no corroboraban tales palabras y los dirigió interrogadores a Juana Helier.


-Querida -dijo ésta, respondiendo a la mirada-, es maravillosa. Déjenselo todo a ella. Te dije que la traería aquí y eso he hecho -se dirigió a la señorita Marple-. Usted lo arreglará. Le será fácil.


La señorita Marple volvió sus ojos de un color azul porcelana hacia el señor Rossiter.


-¿No quiere decirme de qué se trata? -le dijo.


-Juana es amiga nuestra -intervino Charmian, impaciente-. Eduardo y yo estamos en un apuro. Y Juana nos dijo que si veníamos a su fiesta nos presentaría a alguien que era... que haría... que podría...


Eduardo acudió en su ayuda.


-Juana nos dijo que era usted la última palabra en sabuesos, señorita Marple.


Los ojos de la solterona parpadearon de placer, mas protestó con modestia:


-¡Oh, no, no! Nada de eso. Lo que pasa es que viviendo en un pueblecito como vivo yo, una aprende a conocer a sus semejantes. ¡Pero la verdad es que ha despertado usted mi curiosidad! Cuénteme su problema.


-Me temo que sea algo vulgar... Se trata de un tesoro enterrado -explicó Eduardo Rossiter.


-¿De veras? ¡Pues me parece muy interesante!


-¿Sí? ¡Como la Isla del Tesoro! Nuestro problema carece de detalles románticos. No hay un mapa señalado con una calavera y dos tibias cruzadas, ni indicaciones como por ejemplo..., «cuatro pasos a la izquierda; dirección noroeste». Es terriblemente prosaico... Ni tan solo sabemos dónde hemos de escarbar.


-¿Lo ha intentado ya?


-Yo diría que hemos removido dos acres cuadrados. Todo el terreno lo hemos convertido casi en un huerto, y sólo nos falta decidir si sembramos coles o papas.


-¿Podemos contárselo todo? -dijo Charmian con cierta brusquedad.


-Pues claro, querida.


-Entonces busquemos un sitio tranquilo. Vamos, Eduardo.


Y abrió la marcha en dirección a una salita del segundo piso, luego de abandonar aquella estancia tan concurrida y llena de humo.


Cuando estuvieron sentados, Charmian comenzó su relato.


-¡Bueno, ahí va! La historia comienza con tío Mathew, nuestro tío... o mejor dicho, tío abuelo de los dos. Era muy viejo. Eduardo y yo éramos sus únicos parientes. Nos quería y siempre dijo que a su muerte repartiría su dinero entre nosotros. Bien, murió (el mes de marzo pasado) y dejó dispuesto que todo debía repartirse entre Eduardo y yo. Tal vez por lo que he dicho le parezca a usted algo dura... no quiero decir que hizo bien en morirse... los dos lo queríamos..., pero llevaba mucho tiempo enfermo. El caso es que ese «todo» que nos había dejado resultó ser prácticamente nada. Y eso, con franqueza, fue un golpe para los dos, ¿no es cierto, Eduardo?


El bueno de Eduardo asintió:


-Habíamos contado con ello -explicó-. Quiero decir que cuando uno sabe que va a heredar un buen puñado de dinero..., bueno, no se preocupa demasiado en ganarlo. Yo estoy en el ejército... y no cuento con nada más, aparte de mi paga... y Charmian no tiene un peso. Trabaja como directora de escena de un teatro... cosa muy interesante... pero que no da dinero. Teníamos el propósito de casarnos, pero no nos preocupaba la parte monetaria, porque ambos sabíamos que llegaría un día en que heredaríamos.


-¡Y ahora resulta que no heredamos nada! -exclamó Charmian-. Lo que es más, Ansteys... que es la casa solariega, y que tanto queremos Eduardo y yo, tendrá que venderse. ¡Y no podemos soportarlo! Pero si no encontramos el dinero de tío Mathew, tendremos que venderla.


-Charmian, tú sabes que todavía no hemos llegado al punto vital -dijo el joven.


-Bien, habla tú entonces.


Eduardo se volvió hacia la señorita Marple.


-Verá usted -dijo-. A medida que tío Mathew iba envejeciendo, se volvía cada vez más suspicaz, y no confiaba en nadie.


-Muy inteligente por su parte -replicó la señorita Marple-. La corrupción de la naturaleza humana es inconcebible.


-Bueno, tal vez tenga usted razón. De todas formas, tío Mathew lo pensó así. Tenía un amigo que perdió todo su dinero en un Banco, y otro que se arruinó por confiar en su abogado, y él mismo perdió algo en una compañía fraudulenta. De este modo se fue convenciendo de que lo único seguro era convertir el dinero en barras de oro y plata y enterrarlo en algún lugar adecuado.


-¡Ah! -dijo la señorita Marple-. Empiezo a comprender algo.


-Sí. Sus amigos discutían con él, haciéndole ver que de este modo no obtendría interés alguno de aquel capital, pero él sostenía que eso no le importaba. «El dinero -decía- hay que guardarlo en una caja debajo de la cama o enterrarlo en el jardín». Y cuando murió era muy rico. Por eso suponemos que debió enterrar su fortuna. Descubrimos que había vendido valores y sacado grandes sumas de dinero de vez en cuando, sin que nadie sepa lo que hizo con ellas. Pero parece probable que fiel a sus principios comprara oro para enterrarlo y quedar tranquilo -explicó Charmian.


-¿No dijo nada antes de morir? ¿No dejó ningún papel? ¿O una carta?


-Esto es lo más enloquecedor de todo. No lo hizo. Había estado inconsciente durante varios días, pero recobró el conocimiento antes de morir. Nos miró a los dos, se rió... con una risita débil y burlona, y dijo: «Estarán muy bien, pareja de tortolitos.» Y señalándose un ojo... el derecho... nos lo guiñó. Y entonces murió...


-Se señaló un ojo -repitió la señorita Marple, pensativa.


-¿Saca alguna consecuencia de esto? -le preguntó Eduardo con ansiedad-. A mí me hace pensar en el cuento de Arsenio Lupin. Algo escondido en un ojo de cristal. Pero nuestro tío Mathew no tenía ningún ojo de cristal.


-No -dijo la señorita Marple meneando la cabeza-. No se me ocurre nada, de momento.


-¡Juana nos dijo que usted nos diría en seguida dónde teníamos que buscar! -se lamentó Charmian, contrariada.


-No soy precisamente una adivina -la señorita Marple sonreía-. No conocí a su tío, ni sé la clase de hombre que era, ni he visto la casa que les legó ni sus alrededores.


-¿Y si visitase aquello, lo sabría? -preguntó Charmian.


-Bueno, la verdad es que entonces resultaría bastante sencillo -replicó la señorita Marple.


-¡Sencillo! -repitió Charmian-. ¡Venga usted a Ansteys y vea si descubre algo!


Tal vez no esperaba que la señorita Marple tomara en serio sus palabras, pero la solterona repuso con presteza:


-Bien, querida, es usted muy amable. Siempre he deseado tener ocasión de buscar un tesoro enterrado. ¡Y, además, en beneficio de una pareja de enamorados! -concluyó con una sonrisa resplandeciente. 


(Fuente: Ciudad Seva)



viernes, 22 de febrero de 2013

José Luis Sampedro



Fuente :El Mundo

José Luis Sampedro Sáez nace en Barcelona el 1 de febrero de 1917. Escritor, humanista y economista español que aboga por una economía «más humana, más solidaria, capaz de contribuir a desarrollar la dignidad de los pueblos». En 2010 el Consejo de Ministros le otorgó la Orden de las Artes y las Letras de España por «su sobresaliente trayectoria literaria y por su pensamiento comprometido con los problemas de su tiempo». En 2011 se le concedió el Premio Nacional de las Letras Españolas.

Sampedro es presidente honorario no ejecutivo de la empresa Sintratel, junto con José Saramago. En 2008, fue condecorado con la Medalla de la Orden de Carlomagno del Principado de Andorra. En abril de 2009 fue investido como Doctor Honoris Causa de la Universidad de Sevilla. El 2 de junio de 2010 se le concedió el XXIV Premio Internacional Menéndez Pelayo por sus «múltiples aportaciones al pensamiento humano» desde sus facetas de economista, escritor y profesor, recibiendo el galardón el 22 de julio de 2010.

El Consejo de Ministros de 12 de noviembre de 2010 le otorgó la Orden de las Artes y las Letras de España por «su sobresaliente trayectoria literaria y por su pensamiento comprometido con los problemas de su tiempo». Y en 2011, recibió el Premio Nacional de las Letras Españolas.

El 19 de Octubre del año 2010, coincidiendo con 'Getafe Negro', el Festival de Novela Policiaca de Madrid, la Universidad Carlos III le rindió un homenaje que él no desaprovechó para alentar a los jóvenes a que aprendan a vivir

Por la vigencia de sus palabras, lo reproducimos a continuación:




jueves, 21 de febrero de 2013

Un cuento clásico



LA ÚLTIMA NOCHE DE RODRIGO DE LAS NIEVES
Por Luis López Nieves




el color de un suave pueblo
que si moría, moría de amor
José Manuel Torres Santiago


Don Rodrigo de las Nieves, nieto de conquistadores, dormía la noche del 23 de noviembre en su casa de la calle del Cristo, un poco más arriba de la Catedral de San Juan. A su lado, envuelta en un largo camisón de batista suiza, soñaba acurrucada su mujer doña Pilar de Adornio, con las manos entre los muslos y la boca en el cuello de su joven marido. Un delicado mosquitero de muselina blanca les protegía el sueño.

En la sala, sobre el piso de barro, dormían sus esclavas Juanita y Francisca. La noche era silenciosa, tranquila, oscura, como todas las calurosas noches de San Juan. Por eso pudo oírse con tanta claridad el atroz cañonazo que desde la boca de la bahía despertó a todos los habitantes. Sin tiempo para reaccionar, los sanjuaneros petrificados escucharon el agudo silbido de la bala de cañón que volaba hacia la ciudad, y saltaron de sus camas cuando el tremendo impacto de la bola de hierro voló la garita de Santa Juana en pedazos diminutos y mandó al centinela González al fondo de la bahía para siempre.

La ciudad tembló con el golpe. Algunos niños, que no habían tenido tiempo para levantarse al oír el silbido, se cayeron de las camas. En un santiamén se prendieron velas en las casas y la ciudad despertó de su sueño. Doña Pilar de Adornio, toledana criada en San Juan, abrió los ojos con el vil cañonazo. Con el estallido que despedazó la garita de Santa Juana se abrazó con fuerza al cuello de su marido y pidió misericordia al Señor. El criollo Rodrigo de las Nieves besó a su mujer en la frente olorosa a sándalo, saltó de la cama y vistió con orgullo el nuevo uniforme de miliciano que guardaba en el baúl de su abuelo el conquistador. Con la rapidez que había ensayado muchas veces durante los simulacros de combate, calzó sus botas de cuero reluciente y se colocó el peto de acero. Antes de ceñirse la espada toledana que le había regalado su esposa, besó la cruz de la empuñadura. Luego se colocó dos pistoletes en el cinto y se puso el casco. Doña Pilar de Adornio se arrojó de la cama cuando escuchó un segundo disparo de cañón proveniente de la boca de la bahía. Se despojó del camisón y comenzó a vestirse de prisa, en la oscuridad, cuando oyó por segunda vez el ominoso silbido que se acercaba como un relámpago de hierro. En seguida se escuchó una segunda explosión: el proyectil golpeó las murallas de La Fortaleza y las calles de la ciudad temblaron.

Las esclavas Juanita y Francisca entraron espantadas a la alcoba, con una vela encendida y sin tocar a la puerta. Pidieron auxilio a don Rodrigo de las Nieves, quien le ordenó a las tres mujeres que se quedaran en ese aposento y no salieran bajo ninguna condición porque era el cuarto más sólido de la casa. Estallaron varios cañonazos más mientras el marido, sin perder un minuto, bajaba el escudo de su abuelo que colgaba de la pared y se llenaba los bolsillos con sacos de pólvora. Las tres mujeres, sentadas en la cama, lo observaban sin decir palabra.

—¿Es el Draque? –preguntó de golpe la hermosa doña Pilar de Adornio, el largo pelo negro desparramado sobre los hombros blancos. Se había puesto el traje al revés y seguía descalza. Respiraba con dificultad, a sorbos, luchando por controlar los nervios.

—Esta vez acabaremos con esos piratas –respondió su marido.


(Fuente: CiudadSeva)